Claudio se levantó por la mañana a la misma hora de siempre, desayunó un café solo con tostadas y mantequilla -como hizo ayer- y se duchó cumpliendo el horario estipulado en su rutina diaria.
Esa mañana cumplió casi todos los horarios a rajatabla, lástima que el Metro llegó tarde y por cinco miserables minutos entró agobiado al trabajo.
El trabajo de Claudio es monótono y rutinario. Las planillas, las facturas y las nóminas forman parte de su maravilloso mundo laboral y él siempre cumple con sus tareas sin quejas. Pero no solo por obligación sino porque le gusta su trabajo.
Después de desayunar por segunda vez en la máquina de café se dirigió al servicio a aliviarse, siempre se mete en el último cubículo, el más alejado y el más amplio. Pareciera que en épocas antiguas justamente en ese baño había quizá una ducha, por eso su amplitud, ya que ahora solo hay un inodoro acompañado de unos azulejos estándar de color blanco muy en boja en los hospitales y en los manicomios, justo enfrente del retrete hay una puerta blanca, hoy tiene una llave roja en la cerradura. Claudio elige este baño por estar un poco apartado de los otros y ahí se siente más cómodo y relajado.
Desde el primer día que descubrió la puerta del cubículo, le llamó la atención pero nunca se animó a abrirla, ¿para qué? Pensaba, si seguro que es un armario con los enseres comunes a casi todos los baños: papel higiénico, papel para secarse las manos, jabón y quizá también algún que otro producto de limpieza, pero eso es lo que imaginaba ya que nunca lo había comprobado.
Cuando terminó de utilizar el inodoro, levantó la vista y al ver la llave roja en la puerta pensó que de una vez por todas la abriría para corroborar que era un armario y terminar con el pequeño misterio, tiró de la cadena, se levantó los pantalones, se los abrochó con una mano y con la otra comenzó a girar la llave que tanto resaltaba en la puerta blanca, cuando ya estaba liberada la cerradura, cogió el pomo y mientras abría, iba asomando la cabeza. Bastante sorpresa le causo no descubrir un armario sino un pequeño pasillo de unos 3 metros de largo con otra puerta, esta vez roja con llave blanca. Cuando iba avanzando por el pequeño corredor, ya estaba arrepintiéndose y pensó que era mejor dar la vuelta y volver a su oficina. Pero la curiosidad se le despertó de repente, a él, tan poco amigo de las aventuras y los descubrimientos, sonrió al pensar esa tontería y abrió la segunda puerta, cuando vio lo que había ya era tarde para volver atrás, lo único que quedaba era saludar a esas personas, decir que se había perdido y volver por fin a su trabajo.
La nueva oficina tenía abundante luz y paredes de colores donde colgaban posters de grupos de música, todo parecía estar decorado como una habitación de adolescentes. Por lo demás la disposición era parecida a su oficina gris del otro lado, escritorios, papeleras, ordenadores, todo se disponía de manera similar pero flotaba en el aire una extraña sensación de felicidad, eso pensó él, pero después se rectificó mentalmente, no era felicidad era como alegría. Sí, es demasiado alegre, pensó.
Ya sin poder huir como hubiese preferido, al encontrarse con las miradas y sonrisas de la gente que allí trabajaban (contó mentalmente 15), los saludó cortésmente, se disculpó y al querer salir se dio cuenta que la puerta por donde había entrado no tenía asa, le pareció bastante coherente: no era lo mismo encontrarse con una oficina al final de un pequeño corredor que a una persona sentada en un inodoro, de frente, con los pantalones bajados.
-¿Quiere quedarse?, escuchó de repente
-¿Cómo?, preguntó
-¿Si quiere quedarse aquí?, repitió la voz femenina que parecía salir de un monitor.
-Perdón, no entiendo la pregunta, lo siento pero tengo que volver a mi oficina ¿Cuál es la puerta de salida?.
En el despacho de colores habían cuatro puertas, una era por la que había entrado (sin asa), una puerta azul en la pared perpendicular a la primera, una tercera enfrente también sin pomo y una cuarta que parecía ser un armario –pero ya nunca daré nada por seguro, pensó- que estaba detrás de la dueña de la voz que ya sí se puso de pie y Claudio la pudo apreciar. Alrededor de 40 años, ropa informal y un color de pelo más cerca del lila que del violeta
-Puede salir por ahí, por la puerta azul pero ¿no quiere trabajar con nosotros?
Ya la sorpresa se transformó en inquietud y estaba a mitad de camino entre el miedo y la incredulidad, él que odiaba las sorpresas –darlas y recibirlas-, él que se agobiaba cuando cambiaban algún producto de lugar en el supermercado, él que había conservado la soltería a sus 50 años, no porque no haya tenido ninguna relación sino mas bien el coqueteo con la responsabilidad y la familia le producían nauseas.
-Discúlpeme señora, usted es?
- La jefa, respondió la jefa.
-Ah, encantado… pero tengo la obligación de volver a mi sitio de trabajo, mis compañeros y principalmente mi jefe se estará preguntando que estoy haciendo en el baño. Aunque lo había dicho solo para librarse de la conversación, le produjo angustia reflexionar sobre lo que sus compañeros pensaran de él y su tardanza, pero se le ocurrió inventarse una descompostura producida por las judías que había comido anoche.
-Si usted quiere puede quedarse a trabajar con nosotros y yo hablo con su jefe.
-Discúlpeme señora...
-Elisa, lo interrumpió.
-Vale... Elisa, ¿quienes son ustedes?
Otra voz esta vez masculina que venía de un lateral quiso contestar, su dueño se levantó –un joven de aproximadamente 25 años con cara angulosa y ojos despiertos- le explicó: -Pertenecemos a la misma empresa que usted pero del otro lado.
– Del otro lado? Qué lado?
- El lado de los colores, el lado creativo, el lado especial, llámelo usted como quiera. Nosotros llegamos a este sitio por la misma puerta que usted, obviamente yo entré por la del baño de damas (ahí entendió Claudio a donde llevaba la puerta que tenía enfrente). Todos fuimos llegando y luego nos comunicaron que podíamos quedarnos aquí con mejor sueldo, horarios, en definitiva mejores condiciones, nadie que haya atravesado la puerta, volvió a la zona gris.
Claudio le pareció reconocer a alguno de los que estaban en la oficina recién descubierta, en su tiempo quizá había pensado que se habían ido de la empresa y ahora estaban detrás de una puerta que daba a su baño.
- Pero… no entiendo…por qué la empresa está dividida…en colores?
- Realmente nosotros trabajamos paralelamente a ustedes, cada departamento tiene su copia aquí y hacemos el mismo trabajo pero mejor.
- ¿Mejor? Preguntó algo molesto Claudio
- Sí, mejor. Realmente la zona de colores es tan rentable que podríamos prescindir del lado antiguo y no pasaría nada. Pero la empresa y sus jefes supremos –no los intermedios- los jefes jefes –remarcó la señora- quieren comprobar cual de los lados es el mejor y el más rentable, entre los jefes hay algunos grises y otros llamados de colores, cada uno defiende su zona y mientras la empresa siga dando dinero funcionamos paralelamente. Claudio ya había confirmado que la puerta que estaba detrás de la jefa no era un armario, por allí se encontrarían con los otros departamentos.
-Mire – continuó la señora - yo soy una jefa jefa, del lado de colores. Quédese a trabajar con nosotros, haga aquí lo mismo que allá pero distinto. Siempre necesitamos gente nueva, cada vez tenemos más trabajo. No pierda esta oportunidad, aquí es diferente y no se va a arrepentir.
“Diferente o distinto”, eran palabras que no le gustaba, ¿qué significaba ser diferente o trabajar diferente?, ¿distinto?, él quería seguir haciendo lo mismo de siempre, él era un hombre común y lo veía como algo bueno. Él no quería que su vida cambie, siendo así se sentía bien.
-Tendré que pensarlo, ahora tengo que regresar, dijo para librarse de su aturdimiento ¿La salida? ¿la puerta azul, no?. Preguntó retóricamente.
- Si pasa esa puerta estará automáticamente despedido –dijo con firmeza pero sin enojo la jefa suprema de los colores.
- Pues, no me gusta que me agobien y tampoco quiero cambiar de trabajo, lo siento pero me voy…
Se dirigió a la puerta pensando que quizá esa mujer mentía o que todo había sido una broma de pésimo gusto, abrió finalmente la puerta y la cruzó no sin dar una última mirada al lado de colores, todos lo miraban con algo de asombro, del otro lado se encontró con otro pequeño corredor, que terminaba en otra puerta, al atravesarla entró a una habitación cuadrada con solo un escritorio como mobiliario y un sobre encima de él. “La liquidación” pensó.
El sobre contenía una nota que decía:
Usted ha sido despedido de la última oportunidad que tuvo de cambiar de trabajo, de elegir un sitio mejor y de progresar. Lo sentimos mucho pero usted pertenecerá en el lado gris hasta que se jubile o nos abandone. La llave roja era la clave. Si comenta algo de lo ocurrido con alguien, automáticamente será despedido de forma real y acusado de traición a la empresa.
Claudio respiró aliviado y se sintió muy bien, como distinto, él no veía una pérdida de oportunidad, él había tomado una decisión, se había enfrentado a un cambio aún más abrupto que la oficina de colores, él se había enfrentado con su despido y sentía que había ganado, seguiría haciendo el trabajo de siempre, en la misma oficina, con la misma gente pero experimentaba un cambio interior.
“La empresa funciona por nuestro lado, seguro, los jefes quieren gente como yo, consecuente con su trabajo y no como los “loquitos” de al lado, esos sí que son un experimento”, pensó
Entonces Claudio, ya relajado, sonrió y caminando rápido se fue hacia su oficina de siempre pensando en el trabajo atrasado y en que las judías eran una excelente excusa de su tardanza.
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