“La humildad y miseria del troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea, y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo.”
Así escribió Borges en el cuento titulado “El inmortal”, recordando al viejo perro de Ulises. Argos era el nombre de ese animal fiel que esperó a su amo durante veinte años. Fue el primero que reconoció al guerrero astuto a quien el destino le había impuesto el famoso regreso tardío.
De Penélope sabemos que tejía y destejía la mortaja de Laertes. De su hijo Telémaco que sobrevivió a las oscuras artimañas de los pretendientes. Pero de ese animal que esperaba en silencio sólo sabemos el nombre.
Y el nombre no es poco. Argos era uno de los mejores lebreles de Ulises y fue el único que lo reconoció cuando se presentó disfrazado de mendigo en su propio hogar. El sabueso, ya casi vencido por la tiranía del tiempo, llevaba una vida miserable; pero al ver a su amo lo reconoció de inmediato. El viejo perro se levantó lleno de gozo, sus ojos brillaron, su cuerpo olvidó los dolores y las faltas y los castigos. Luego, sin embargo, cayó. Había muerto.
Hay algo inquietante en la fidelidad del perro, pues es incondicional.
Aqueos
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